La verdadera belleza de la mujer no esta en el físico sino en el la riqueza de su interior
Gracias al uso y abuso de la figura femenina por parte de una cultura sensacionalista y los medios publicitarios para atraer más público y lograr mayores ventas, la belleza física se ha convertido en un valor primordial por el que las mujeres están dispuestas a pagar cualquier precio. Así, el cuerpo ha dejado de verse como una parte integral de lo que somos, para convertirse en una propiedad que se hace y rehace para múltiples propósitos: ganar popularidad, escalar posiciones, conseguir favores o alcanzar la fama. Y al igual que lo hacemos con la naturaleza, se cambia y abusa sin miramientos.
Adulterar el cuerpo de la mujer con fines estéticos triviales implica más que procurar que luzca atractiva o bonita. Es mutilar su entereza y adulterar su identidad. Es posible que parezca más bella pero no será auténticamente ella. El cuerpo es el templo donde reside lo que somos como personas. Como tal es sagrado, es decir, digno del mayor respeto y cualquier intervención por cambiar su apariencia por capricho es un atentado a su integridad.
La mujer es bella no por sus formas exteriores, sino por su riqueza interior. Su hermosura no está en su figura; se ve en sus ojos que son la ventana a la bondad de su corazón y a la pureza de sus sentimientos. Tampoco está en la suavidad de su piel o el brillo de sus cabellos, sino en la ternura de caricias y la dulzura de sus palabras; ni en la fuerza y consistencia de sus contornos sino en la solidez de sus convicciones y la fortaleza de sus principios. Porque la verdadera belleza de la mujer se manifiesta en la grandeza de su alma, de donde resplandece su riqueza espiritual, su entereza ante el dolor, su dedicación a servir y su inagotable capacidad de amar
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